(CUENTO EN PROGRESO)
Lo que voy a contar es ciertamente algo bastante jalado de los pelos. Me encuentro aquí, temblando en mi cama, con el estómago revuelto y mis manos apretando mi cabeza tan fuerte que creo me va a explotar. Todo esto en un jodido y puto viernes 24 de julio. ¿Por qué tiemblo? No, no es por una resaca, (ya quisiera), es porque he vivido el mismo maldito día por dos semanas.
¿Cómo lo sé? Bueno, veamos:
-A las ocho y treinta, el maldito despertador sonará (Me arrepiento de haberle puesto esa alarma del demonio en la que tengo que resolver acertijos matemáticos para apagar el condenado sonido).
-A las ocho y cuarenta, se oirán gritos de la calle donde Amelia (la conocí en la segunda repetición), le reclama a Roger si está viéndose con otra mujer a sus espaldas (Roger ciertamente lo está haciendo, y lo hace con Gabriela, su compañera de trabajo. Bien por Roger, Gabriela tiene un mejor trasero que Amelia y un mejor humor).
-A las ocho y cuarenta y cinco, Joel Marcus dirá hoy en el noticiero matutino que lloverá (Maldito Joel, no llueve ni un carajo hoy, mentiroso de mierda). A las nueve y cinco minutos sonará ese maldito gorrión afuera de mi ventana.
-A las nueve y media llegará Rosa al departamento y abrirá la puerta con su llave. Me verá semidesnudo en mi cama, pálido y en posición fetal como un enfermo, gritará del susto, dirá unas estúpidas cosas incomprensibles en español y me dirá que no me esperaba encontrar a tan tarde en la cama. “¿Se siente mal señor? ¿Quiere sopa caliente?” (No Rosa, no quiero la jodida sopa. Gracias).
-A las diez de la mañana pasarán el último chisme de los más brutos pero físicamente atractivos personajes de la farándula volviendo a reconciliarse después que el tipo le rompió la pierna a la mujer en la última pelea (¡Paren los periódicos! ¡Esto es noticia de último momento!).
Y así seguirá el día como siempre lo ha hecho en estos últimos catorce días. (Quince días si cuento el día original).
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