La luna (pesadilla)

Un día de julio de este año, me desperté de una siesta incómoda. Había despertado para ver el partido de Croacia en el mundial, no recuerdo si eran semifinales o la final.

Al dirigirme al televisor, me crucé con el ventanal grande del pasillo. Pude ver que ya era de noche y se alzaba una gran luna. Siempre me gustaba ver la luna en la noche por el ventanal, pero en ese día, la luna se veía particularmente espectacular.

Un manto rojizo la cubría, no muy perceptible a primera vista, pero sí se notaba cuando mantenías la mirada fija por unos segundos. Supuse que ese día era el día de los tantos eclipses rojizos por lo que seguí mi camino.

El partido ya había iniciado pero no recordaba el marcador. Mi mente repentinamente se interesó demasiado por la luna. A pesar de que no era la gran cosa, le había tomado bastante interés, más que el partido que estaba viendo, que claramente era más importante.

Decidí regresar a mirarla. Frente al ventanal, pude observarla nuevamente. Nada súper extraordinario. Era la luna con un filtro medio rojizo, pero seguía siendo la vieja luna de siempre.

Por un momento, me sentí incómodo, temeroso y extrañamente, un poco acalorado, a pesar de ser una noche de invierno. Estaba completamente hipnotizado por la luna. Desde dentro de mí, mientras miraba cada uno de sus lejanos cráteres, despertó un pequeño temor.

De repente, la luna increíblemente creció de una manera desmesurada en un instante. De lo pequeña que se veía antes, ahora había crecido 100 veces más.

Con su crecimiento descomunal, ahora se podían apreciar los cráteres de la luna, tan cerca como si vieras a la ventana del vecino. Su tinte color sangre hacían verlo aún más tenebroso. Se veía además como si la luna estuviera literalmente hirviendo.

Después de unos segundos de su crecimiento, un infernal sonido se escuchó en todos lados. Tuve que taparme los oídos aunque casi de nada sirvió. El sonido era como la bocina de un auto pero amplificado a la infinita potencia. Mis oídos empezaron a sangrar y los vidrios en todas las ventanas se rompieron.

Mi hermana gritó. Regresé al cuarto y ella también estaba con sus oídos tapados y sangrando. Afuera, en la calle, mucha gente también empezó a gritar. Al asomarme a la ventana, habían personas desmayadas y gritando. Autos estrellados y gente corriendo. Era todo un caos.

Al voltear a ver el televisor, pude ver que en Rusia, pasaba lo mismo. Los jugadores estaban tirados en el césped, sangrando. La gente corría a las salidas con desesperación. Los mismos reporteros deportivos gritaban de dolor.

El calor del lugar se hacía insoportable. Sentía como mi piel se me derretía de los huesos. El dolor era espantoso y el sonido penetrante perforaba mis oídos.

Lo único que alcancé a hacer es abrazar a mi hermana fuerte, sabiendo que este era el fin. Ambos moriríamos ahí, con nuestras pieles pegándose por el calor y derritiéndonos juntos, tratando de soportar el inmenso dolor. Empecé a rezar y pedir que por favor haya una luz al final del túnel, que no todo sea oscuridad.

Y desperté.



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